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Mostrando entradas de diciembre, 2015

Despedida a Juan Porcar, la voz de la ELA

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Con esta canción, con esta letra... "Sin ti no soy nada, una gota de lluvia mojando mi cara, mi mundo es pequeño y mi corazón pedacitos de hielo. Solía pensar que el amor no es real, una ilusión que siempre se acaba y ahora, sin ti no soy nada... ... Los días que pasan, las luces del alba, mi alma,mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada. Qué no daría yo por tener tu mirada, por ser como siempre los dos mientras todo cambia, porque yo sin ti no soy nada Sin ti no soy nada. Sin ti no soy nada..." Era esta una de tus canciones preferidas. Así despertabas el ánimo y comenzabas la lucha. Una lucha sin tregua... Ahora sé que hasta el infinito y más allá. Lo decías, lo cantabas, lo escribías: "Sin ti no soy nada" Era este tu grito de guerra suplicando más involucración, pidiendo la solidaridad de cuántos más mejor, con el fin de presionar a quien corresponda y con ello, insistir en la necesidad de llevar a cabo cuantas acciones científicas fuesen

Ya sé que me has engañado

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No existe sensación más destructiva y reconfortante a la vez que descubrir que te engañan, que te han engañado y que pretendían seguir engañándote. Si algo tengo que agradecer a internet y las redes sociales, entre muchas cosas, es el proporcionarme las herramientas necesarias para descubrir los ya frustrados engaños.  Y expreso "frustrados" porque los he descubierto.  Porque los conozco.  Porque ahora sí sé que es mentira lo que expresabas. No sé a ustedes pero a mi, en más de una ocasión me han aguado el día alguno de mis contactos, de mis "amigos" en las redes sociales. ¿O ustedes no? Cuando a uno o una le gusta escribir, comunicarse... y lo hace desde su propia marca personal, desde sus propias emociones y desde su propio estilo, en ocasiones, se siente ínfimo, inculto -si se me permite la expresión- y hasta "finiquitado" en este terreno, sobre todo si se compara con otros u otras quienes, saliendo de la nada se convierten en dio

Día Internacional de la Discapacidad

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Lo que más deseaba en el mundo era que cesaran aquellos terribles dolores, sentía que sus carnes se abrían por dentro, como si se desgarrara. Pasaban las horas: tres, cinco, diez, doce, veinte, veintiocho, treinta y dos... ¡Treinta y dos horas intentando parir, atada a la oxitocina que llegaba a su cuerpo a través de aquel goteo. Angustia, miedo, dolor, mucho dolor. Diez horas sobre la misma camilla esperando a que su bebé quisiese dar la cara. Al final, decidieron que lo mejor sería una cesárea. ¡Por fin! , pensó. Nunca imaginó que ese terrible dolor sería el más leve de su sufrimiento. Le conoció once horas después. Recuerda que cuando lo tuvo en brazos, por primera vez, no sintió nada especial; solo tuvo conciencia que era suyo y para toda su vida. Él lloraba Aprendió a ser madre con el día a día y también ¡con la noche a noche! porque su pequeño no dormía, lloraba continuamente. Parecía que se retroalimentaba de su propio llanto. ¡Llegaba a ser desquiciante, in