¡Envidiémonos más! Es necesario...


Envidia, avaricia, egoísmos, egocentrismo, ingratitud y tantos otros calificativos podríamos incluirlos en una interminable lista de todo eso que no deberíamos sentir y que, sin embargo, guardamos y alimentamos dentro de nosotros, como si se tratara de un importante tesoro del que ni podemos ni queremos deshacernos.



A casi nadie se le escapa que el gran motor que mueve este mundo es la envidia. Las grandes guerras y las pequeñas, las deslealtades políticas, las discusiones familiares, las “puñaladas traperas” entre compañeros de trabajo, las cárceles repletas de gente…todo, absolutamente todo tiene su punto de inicio en la envidia.


La envidia es la materialización de los deseos no satisfechos, el disfraz de nuestras propias miserias cuando nos dejamos llevar por éstas. La envidia es fuerte y camaleónica, tan pronto es esa tristeza que nos envuelve, como puede llegar a ser ese disgusto que nos domina cuando vemos que otros disfrutan de aquello que no tenemos.

Y la envidia nos rodea, habita entre nosotros.
En los centros infantiles los peques, en ocasiones, lloran porque quieren el juguete que tiene otro, ni siquiera para jugar, solo para poseerlo; en los colegios existe malestar entre compañeros de pupitre porque, ante una travesura, uno fue pillado por el profe y el otro no.
¿Por qué si ese no estudia obtiene mejor nota que yo?, se pregunta un estudiante, receloso y enojado por “la suerte” del de la primera fila.

En el supermercado, cuántas veces miramos de reojo el carro de la vecina que tan lleno va de cosas apetitosas…o, cuando la escuchamos bajar por la escalera y, mirando a través de la mirilla contemplando lo guapa que luce, nos decimos con un ligero "retintín", fruto de algo así como celos: uhmmmm...¿a dónde irá esa a estas horas?


En el trabajo, ¡qué mal nos cae el de la mesa de al lado, siempre tan amable! o la compañera del otro departamento que siempre va tan arreglada y pulcra. Seguro que en su casa no mueve una paja y todo se lo dan hecho, podemos llegar a pensar aunque sepamos que la realidad no es esa.


¿Por qué yo, tan profesional y currante, llevo tanto tiempo en el paro y la “niñata” que no sabe ni "papa" continúa en activo?, también pensamos cuando se nos va un poco “la pinza” y se desdobla nuestra mente…


Ocurra lo que ocurra llegamos a la misma conclusión: sabemos que cada momento contiene los condimentos necesarios para el guiso perfecto, reside en nuestro poder elegir sentir envidia o no…


Distintas situaciones, la coyuntura actual o lo que sea, nos enfrenta a nosotros mismos, a nuestros valores. Nos revelamos una y otra vez, luchamos contra nuestros pensamientos y sentimientos, intentamos razonar pero terminamos, algunas veces (menos de las imaginables, afortunadamente) llorando de insatisfacción, nos rendimos a la evidencia, nos culpamos por esa licencia de pensar tan sucio y nos lo reprochamos: ¡es lógico que triunfen, no son tan envidiosos!

Sin embargo, cuando comprendemos que ese no es el mejor camino, cuando admitimos que no todos podemos ser medallas olímpicas, que no todos ocupamos el primer puesto...cuando llegamos a este punto, de repente escuchamos a Quino, al párroco de San Matías una recomendación: tenemos que envidiarnos más, mucho más…Y lo aclara y despeja las ideas.



Si tenemos en cuenta (como ya escribí en el primer párrafo), que la envidia es uno de los más potentes motores, entonces...¡innovemos!, ¡usémosla! ¡Convirtámonos en grandes envidiosos, en profesionales de la envidia!


Para empezar, compitamos contra el espejo.
Envidia a esa imagen que tienes frente a ti y que se esconde tras tu apariencia porque sabes que tiene fuerza suficiente para ganar a la desidia y al abandono., ¡sé mejor que ella! 


Envidiemos a esos compañeros, amigos, familia tan amables y encantadores, propongámonos ser más amables y cariñosos que ellos con un amor sincero, limpio y envuelto en “papel de regalo”.


Envidia al que estudia y saca buenas notas; hazlo y estudia más, aprende más pero no para ser mejor que él sino para ser mejor de lo que ya eres y, desde la nueva posición, iluminar a los que vienen detrás. 

Envidia al que da, al que regala, al que dona y, entonces, da, regala y dona más de corazón porque el que da con una mano recibe con las dos.


Envidia a esa pareja que tanto se ama y empieza a amarte más, a llenarte de amor, a vivir en amor, a respirar amor porque solo da quien tiene algo que dar. 


Que la envidia nos lleve a juzgarnos menos y a abrazarnos cada vez más…
                                                          ¡Feliz envidia!

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